viernes, 2 de noviembre de 2007

Solidaridad













Paula Serrano
Revista Ya

Todos los días las noticias nacionales nos informan sobre esta gran discusión sobre la educación como una necesidad indispensable para el desarrollo. También nos informan sobre los índices de violencia juvenil. Y por otro lado nos hemos informado del matonaje infantil y adolescente a través de Internet. Tal vez relacionarlos sería bueno. Porque solo una formación activa de hombres y mujeres solidarios como parte del currículo educacional puede atacar los tres problemas a la vez.

Podemos ver a esa niña humillada, desnudada, expulsada del colegio y avergonzada por sus propios amigos y compañeros. Podemos ver al niño con quien nadie quiere jugar transformado en un adolescente violento. Podemos ver al joven asustado tomar más alcohol que el que puede tolerar para que sus compañeros no lo molesten. Algo pasa. Algo muy malo. Entonces los opinólogos se vuelven hacia los padres. Es la familia la responsable.
Tengo el privilegio de conocer las historias de muchos chilenos y chilenas y sus recuerdos infantiles forman parte del diagnóstico y del tratamiento de un paciente en psicoterapia. Puedo asegurar que sus vidas infantiles están plagadas de recuerdos de crueldad en el colegio, que van desde la exclusión más brutal hasta la agresión directa, el sometimiento a humillaciones, mentiras, y dolores que marcan sus vidas. El colegio, por ser una institución que alberga niños que están en formación, que no tienen una estructura psíquica con todos los recursos que tienen los adultos, es un lugar donde la disciplina debería incluir el respeto por los otros.
Hay colegios que crían hombres buenos con sus semejantes, otros que forman personas muy diversas en este sentido y otros donde aprender la ley del más fuerte es parte del currículo. Y desgraciadamente no es la religión la que determina esta condición, sino una participación activa de los profesores en castigar la crueldad y el egoísmo y de premiar activamente la bondad y la solidaridad. Hay experiencias educacionales donde los profesores suben notas a los alumnos capaces de proteger al más débil.
Porque si bien un niño puede haber aprendido en su casa que la solidaridad con los más chicos y los más débiles, o más bien, con todo otro ser humano es un valor, se encuentran que para pertenecer, para ser reconocidos y admirados, la bondad no sirve en el colegio. Que para no ser pasado a llevar hay que seguir la corriente, que para tener amigos hay que ceder (asunto verdadero pero hasta donde hay que ceder es una cosa de adultos). Niños de hogares muy protegidos que no tienen las herramientas para enfrentar la agresión, se ven a veces envueltos en grupos que los fuerzan a ser crueles o despiadados. Nadie quiere estar en el grupo de los perdedores y los profesores son a veces cómplices silenciosos de estas conductas de liderazgo negativo.
En el largo plazo, sí es la familia la que establece los valores de fondo. Pero la experiencia de ser un niño mal tratado en el colegio por sus compañeros no la controla la madre ni el padre. Tampoco controlan los rasgos que hacen de unos líderes y de otros obedientes. Los niños suelen ser crueles hasta la demencia con tal de ser aceptados en un grupo. Y eso es el colegio, no la casa.
Creo que las reuniones de padres, los centros de padres y de alumnos y los consejos de profesores deberían, ante la evidencia de lo que pasa hoy (que es lo mismo que pasó siempre, sólo que la Internet masifica la crueldad y los riesgos son por lo tanto mayores), tomar cartas activas en este tema. Ojo, no propongo la paranoia castigadora del miedo, sino la formación cotidiana en los colegios para que ser solidario tenga tanto valor como sacarse un siete.

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